jueves, 8 de noviembre de 2007

BOLIVIA, CORAZÓN ANDINO

Expedición Cántabra Bolivia 2007


Al fin, y tras largas horas de viaje, sobrevolamos tierra boliviana. Bolivia es un país con una gran diversidad, que va desde las selvas amazónicas hasta sus impresionantes nevados, objeto de nuestra expedición.

LA PAZ: La Paz, su capital, nos recibe con sus casi 4000 metros de altitud. En La Paz conviven blancos e indígenas, caóticos jeroglíficos de cables, viejas construcciones con modernos rascacielos, muestras evidentes de la pobreza del país con pequeños detalles de cierto progreso económico
Un enjambre de coches, de los orígenes más diversos, cruza sus calles sin descanso haciendo que se masque literalmente la contaminación que producen.
También es el escenario de más de 1300 manifestaciones al año




ACLIMATACIÓN: Notamos los 4000 metros de altitud en cada cuesta que subimos. Por eso, nuestro primer objetivo es aclimatarnos correctamente, ya que de ello dependerá nuestro éxito o nuestro fracaso. Por lo tanto, dedicaremos la primera semana a conocer los alrededores de La Paz mientras nuestro organismo se adapta a la altura.
Las ruinas preincaicas de Tiwanaku constituyen nuestra primera visita. Quedamos impresionados por las dimensiones de esta ciudad precursora de la civilización inca y disfrutamos de los restos arqueológicos mientras escuchamos las explicaciones de nuestro guía.
De vuelta a La Paz, nuestras miradas se dirigen a la Cordillera Real, a la que alguien llamó el Pequeño Himalaya. El Huayna Potosí, el Illimani, el Condoriri… Nos sentimos muy pequeños ante su imponente presencia.
El lago Titicaca es objeto de nuestra siguiente visita. Nos sentimos emocionados ante la vista de esta enorme extensión de agua dulce. Según la tradición andina, este gran lago, compartido por Bolivia y Perú, sería el centro de todo, el origen de lo que somos. De aquí emergió el dios Sol para crear al primer inca, Mango Capac, y su hermana, Mama Oclo, encargados de poblar la tierra.
En los alrededores de Copacabana visitamos interesantes restos arqueológicos incas, como la Horca del Inca, el Baño del Inca o el camino inca que atraviesa la Isla del Sol.





Con nuestro siguiente objetivo damos una vuelta de tuerca a nuestra aclimatación: ascenderemos al nevado Chacaltaya. Desde La Paz, un transporte nos acerca al refugio del Club Andino Boliviano, situado a 5300 metros de altura y base de la que fue la estación de esquí más alta del mundo y hoy fuera de servicio por la falta de nieve. Desde aquí, en algo más de media hora alcanzamos la cumbre, de 5421 metros de altura. Las vistas son extraordinarias: el altiplano, el lago Titicaca… y destacando entre las cumbres de la Cordillera Real, las moles enormes del Huayna Potosí. Más alejado, el majestuoso Illimani ejerce su incansable labor de guardián protector de la ciudad de La Paz.
Es hora de preparar todo lo necesario para afrontar las jornadas de montaña que nos esperan: material, alimentos, los contactos con aquellos que van a trasladarnos, todo ha de estar adecuadamente previsto. Son momentos de cierta tensión y preocupación por que no falte nada, una vez en la montaña sería difícil de subsanar cualquier deficiencia.

CONDORIRI:Por fin nos aproximamos a nuestros primeros retos importantes: nos dirigimos al macizo del Condoriri. La palabra Condoriri hace referencia a estas enormes aves, cuyos ejemplares más grandes y fuertes sobrevolaban este sector de la Cordillera Real.
Contratamos unos nativos que nos ayudan a transportan en mulas nuestros pesados equipajes hasta el campo base, en la laguna de Chiar Khota, a 4600 metros de altura. Durante la aproximación, tenemos enfrente la impresionante silueta del cóndor que forman el Gran Condoriri con las Alas Derecha e Izquierda. Nuestro primer objetivo es el pico Austria, de 5100 metros. Se trata de una sencilla pero bonita ascensión que nos deja en un observatorio inigualable de nuestros próximos retos, al tiempo que acabará de completar nuestra aclimatación. Nos viene a la memoria que según la mitología andina, los dioses Wira y Kjuno mantuvieron duras batallas por hacerse con el poder. Las armas de uno eran las piedras y las montañas, y las del segundo las avalanchas y glaciares. Estos espléndidos paisajes que dominan desde sus cúspides el mundo de los hombres son el resultado de sus conflictos.





El Pequeño Alpamayo o Alpamayo Chico es el primero de ellos. Nos encaminamos hacia el glaciar antes de amanecer. La dura subida pone a prueba nuestras fuerzas, pero hemos hecho una buena aclimatación y subimos a buen ritmo. El Pequeño Alpamayo se presenta en todo su esplendor cuando hacemos cumbre en el pico Tarija, de 5370 metros y paso obligado hacia nuestro objetivo. La belleza de este pico es deslumbrante, y nos impresiona la verticalidad aparente de la ruta directa, la que nosotros hemos elegido. Nuestras miradas se posan en las montañas que nos rodean y el impresionante mar de nubes que cubre el fondo de los valles. Por encima de él, y destacando sobre las demás montañas, emerge como una gigantesca isla la imponente mole pesada del Huayna Potosí. Seguimos durante unos momentos las evoluciones de una cordada en la Directísima del PequeñoAlpamayo, y sin más dilación, nos dirigimos a la rimaya que obligatoriamente debemos atravesar en nuestro camino a la cumbre. La nieve está en buen estado y facilita la progresión: algunas estacas y tornillos aseguran nuestra ascensión cuando, repentinamente, la niebla nos envuelve y hace que las dos cordadas que formamos nos perdamos de vista. Cuando finalmente nos reunimos todos de nuevo, los abrazos y felicitaciones se reparten en la cumbre y todos comprendemos lo importante que ha sido que nuestro primer gran objetivo se haya resuelto con éxito. Ahora, el siguiente pico en nuestra lista, el Cabeza de Cóndor, lo tenemos al alcance de nuestra vista, y nos recreamos en su imagen intuyendo el camino que deberemos seguir para alcanzar su cima.
Antes de emprender el regreso, observamos nuestro campo base allá abajo, en la laguna de Chiar Kota
El descenso lo hacemos por la empinada arista y ascendemos de nuevo el Tarija, que deja nuestras fuerzas al límite. Desde aquí echamos una última mirada al escenario de nuestra aventura. Sólo nos queda desandar el glaciar y llegar al campo base.


CABEZA DE CÓNDOR: Animados por nuestro éxito en el Pequeño Alpamayo, nuestras miradas se dirigen al siguiente objetivo: el Cabeza de Cóndor. Su impresionante silueta y sus 5648 metros hacen que nos invada una mezcla de nerviosismo y anhelo a partes iguales.
Nos preparamos para acometer la dura ascensión hasta el campo avanzado, ya en el glaciar, desde donde haremos el ataque a la cumbre. El hecho de hacerlo en estilo alpino y prescindir de porteadores supondrá un considerable esfuerzo , claramente visible por el volumen de nuestras mochilas.
Si la pendiente ya es dura desde el comienzo de la aproximación, esto no es nada si lo comparamos con lo que nos aguarda. En un momento dado nos encontramos frente a un empinado e interminable pedrero cuya ascensión nos desespera, y hará que no olvidemos esta subida durante mucho tiempo. El esfuerzo es enorme bajo el peso de las mochilas y la altitud a que nos encontramos, y sufrimos lo indecible para superar unos pocos metros.
Por fin, tras varias horas de marcha, llegamos a un terreno más favorable, ya en el glaciar, donde montamos nuestras tiendas y nos preparamos para el intento de cumbre. Disfrutamos de la presencia de esta montaña a un paso de nuestras tiendas, es una de las más bonitas que hemos visto nunca y su acceso no tiene aspecto de ser demasiado fácil.
Con el alba nos internamos en el glaciar. Al llegar a las laderas de la montaña decidiremos por dónde atacar, todo dependerá del estado de la nieve y del hielo.
En vista del mal estado de la nieve, elegimos la arista suroeste, que nos ofrece mejores garantías. Atravesamos la delicada rimaya y vamos ascendiendo por nieve blanda en dirección a una canal escondida. Ya dentro de ella, en un largo de cuerda escalamos un corredor de hielo que nos deja en el comienzo de la fina y expuesta arista que nos conducirá a la cumbre.
A ambos lados se abren impresionantes abismos, pero el buen estado de la nieve en la arista hace que la progresión sea segura y espectacular. Nos sentimos felices de estar aquí disfrutando de una montaña y una vía de extraordinaria belleza, y en la cumbre nos damos unos abrazos emocionados, contentos del rumbo que ha tomado nuestra expedición. Mientras disfrutamos de las vistas que nos ofrece este nevado, no podemos sino sentirnos satisfechos del resultado que vamos obteniendo en nuestros primeros contactos con estas montañas.
El descenso lo efectuamos sin contratiempos. En unos cuantos rápeles superamos de nuevo la rimaya y nos adentramos de nuevo en el glaciar, que nos llevará al merecido descanso de nuestro campo avanzado. Aquí esperaremos la llegada del nuevo día para regresar al campo base.
La mañana del día siguiente se presenta radiante, y antes de partir no podemos dejar de sentir cierta envidia al observar las evoluciones de una cordada que está escalando el ala derecha del Condoriri.
Pero tenemos que regresar, y ese mismo día nos encontramos en el valle esperando el transporte que nos llevará hasta Sorata, pueblo situado en las laderas del macizo Illampu-Ancohuma, donde nos esperan nuevas escaladas.

SORATA: Sorata nos depara una grata sorpresa. Encontramos un camping con el nombre de Altai. Después de visitar el pueblo, nos acercamos a conocerlo. Es un lugar tan acogedor que dedicamos uno de los dos días de estancia en el pueblo a descansar en este lugar que nos recuerda a nuestro club de montaña.
Pero todavía nos queda un último reto: escalar el Illampu, así que pronto nos encontramos rodando, más bien brincando y botando, por una carretera que nos aproxima desde Sorata hasta Ancoma, donde iniciaremos nuestra aproximación al campo base con la ayuda de mulas. La casi impracticable pista asciende de manera vertiginosa por las laderas de estas montañas produciéndonos un cosquilleo que a veces degenera en verdadero miedo. Son unos abismos de tal envergadura que ni en los momentos más duros de nuestras ascensiones hemos tenido semejante sensación de peligro.




Felizmente llegamos a Ancoma, donde Natalio, nuestro arriero, acompañado de su hijo pequeño, carga nuestras pesadas mochilas en sus 3 mulas. Al cabo de unas horas de dura subida llegamos a Aguas Calientes, nuestro campo base. No podemos dejar de pensar en que mañana seremos nosotros las mulas, y que la ascensión hasta el campo avanzado pondrá de nuevo a prueba nuestras fuerzas. Aunque, de manera inexplicable, también hay momentos de buen humor. Esperemos que no se repita la historia del pedrero.
Como nos temíamos, la subida se nos hace muy pesada y costosa. El lastre de nuestras mochilas y el cansancio acumulado de los días anteriores nos obliga a hacer paradas frecuentes. Por fin, damos vista al inicio del glaciar y la morrena por cuyo filo debemos continuar. Casi al final de la misma, mientras Raúl y Luis montan las tiendas, Eduardo sale a alcanzar a Goyo para tratar de buscar el itinerario correcto que nos permita atravesar el glaciar.
Mientras esperamos, comprobamos in situ los efectos que el cambio climático está produciendo en los glaciares andinos: en 20 años, la regresión que ha sufrido el glaciar del Illampu supera los mil metros de altitud. No podemos dejar de pensar en San Glorio y su proyectada estación de esquí.
Ya de regreso, las noticias de los expedicionarios no son muy optimistas: ni rastro de huella, tendremos que aventurarnos en el glaciar por el paso que creamos más conveniente. La soledad del lugar y lo alejado de cualquier zona habitada son factores que hemos de tener muy en cuenta. Un percance en un lugar como éste nos acaerraría importantes problemas. Decidimos levantarnos a las 3 de la mañana, el factor tiempo puede ser fundamental.
El alba nos sorprende terminando de atravesar la zona de fractura del glaciar. Hemos empleado varias horas en hacerlo extremando las precauciones, y ahora se presenta la fría belleza de la zona que precede al plató. Ante nuestros ojos aparecen formas inquietantes de hielo azulado, enormes boquetes que encogen el alma, extraños polígonos en equilibrio precario…
Caminamos sobre un ser vivo cuyos crujidos nos avisan de su actividad continua y atravesamos con cuidado las grietas que se abren a nuestro paso.
Nos aproximamos al momento clave de esta vía: una pala de 340 metros de desnivel y 60 grados de inclinación. Hemos de superar la rimaya, que se encuentra en bastante mal estado. Superada ésta, la escalada se hace eterna y agotadora. Empleamos varias horas en superarla. Cuando lo conseguimos, ya en el collado, somos conscientes de la imposibilidad de llegar al Illampu: su arista final nos llevaría unas 4 horas, lo que nos obligaría a cruzar el glaciar de noche. Es demasiado arriesgado, por lo que optamos por hacer cumbre en el Huayna Illampu. La llegada a esta cumbre de 5980 metros de altitud nos emociona profundamente: el panorama y el ambiente nos impresionan. Además, hemos hecho una dura y larga subida en continua tensión, sin bajar la guardia ni un instante. Estamos de acuerdo en que es una de las montañas más hermosas que hemos hecho jamás. Nos felicitamos por ello antes de comenzar el largo descenso. Rapelando unas veces y destrepando otras, dejamos atrás la interminable pala y atravesamos el glaciar extremando nuestra atención y tratando de superar el enorme cansancio acumulado en nuestros cuerpos.
Cuando llegamos a la roca, una sensación de alivio nos invade. El descanso nos espera en nuestras tiendas. Hemos estado en marcha durante 16 horas. Pero la belleza de la cumbre ha merecido la pena




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